Blog sobre la playa grande de Miño y sus alrededores

Mejor playa de España para los lectores de 20 minutosUn paseo entre dos puentes

viernes, 26 de octubre de 2012

La tranquilidad del otoño



Hacía calor en la playa. María Luisa apretó el paso hasta llegar al extremo del arenal, y allí, en una roca, se sentó, fatigada.

El mar, terso y ceñudo, se obstinaba en rechazar la caricia del sol; amontonaba sus brumas, pero en balde; la luz dominaba, y los rayos del sol empezaban a brillar sobre la piel ondulada del monstruo de las olas verdosas.

De repente, el sol pareció adquirir más fuerza; el mar se fue alargando y alargando, hasta unirse en línea recta con el horizonte.

Entonces se vieron llegar las olas; unas, oscuras, redondas, impenetrables; otras, llenas de espuma; algunas, como alardeando de sinceridad, mostraban a la luz del día sus interiores turbios; allá, en las puntas, se estrellaban furiosas contra las rocas; a la playa llegaban suaves, con languideces de mujer convaleciente, bordando una puntilla blanca sobre la playa, y al retirarse dejaban en la arena negruzcas algas y oscuras medusas, que brillaban con destellos a la luz del sol.

La mañana parecía de verano, y, sin embargo, en los colores del mar, en el suspiro del viento, en los murmullos indefinidos de la soledad, sentía María Luisa la voz del otoño. El mar le enviaba en sus olas la vaga sensación de su grandeza.

Y al compás del ritmo del mar, el ritmo de su pensamiento le llevaba a la memoria los recuerdos de sus amores.

Y llegaban como oleadas imágenes de aquellas horas que pasaron los dos, solos, tendidos en la arena de la playa, sin hablar, sin pensar, sin formar ideas, fundiendo su espíritu con el espíritu que late en las olas, en las nieblas, en el mar inmenso.

Fragmento de Playa de otoño. Pío Baroja. Cuentos.

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